Por Leo ’Corvo’ Meléndez.
Creo
que desde que tengo uso de razón empecé a ser hardcore gamer. Ese tipo de
persona muy clavada en los vídeojuegos. No hay consola o juego que no deseaba
tener. No había un momento donde no dejara de hablar de un juego que yo haya
jugado previamente. Mi mente giraba alrededor de aventuras fantásticas en
mundos virtuales. Claro. A mi madre y mi hermano si le preocupada esa loca
obsesión mía.
Mi
madre evitaba TODA costa pasar por las
chispas cuando fuéramos a un centro comercial, porque era garantía de que iba
ir en chinga a ese tugurio a ver las pantallas de las arcades. Mi hermano uso
varios trucos y castigos para evitar que llegara jugar por HORAS el
Playstation. Buscaba que ‘viviera’ mi vida. Fue un acto muy noble de su parte,
pero lamentablemente, su esfuerzo por alejarme del vicio no fue suficiente.
En
la adolescencia es cuando se empezó a pulir mejor mí tiempo dedicado a ese
entretenido hábito mío. Si cumplía con mis tareas, o al menos las materias que
me gustaban y que era bueno. Pero persistía el ansia por vivir esa aventura
virtual. Ya quería llegar a casa para seguir mi partida de Halo o Jade Empire.
También me encantaba debatir (O pelearme, a veces) con otros gamers intensitos,
sobre nuevos juegos, que consola es la mejor, cual vale la pena gastar y otras
ñoñerías, que eventualmente contare.
Mi
billetera fue víctima constante de mi fanatismo exacerbado. No dudaba en despilfarrar
cantidades obscenas de dinero con tal de tener la mejor edición de un juego,
además de los DLCs que complementaban. Para mí, ESA era mi prioridad de gastos.
Lo demás me era lateral en mis necesidades.
“¿Qué
paso entonces?”, probablemente se estará preguntando, mi estimado lector. La
respuesta es simple: madures.
Conforme
llegaba a mis 25 años, cada vez le hallaba menos chiste estar gastando más de
mil pesos en un trinche juego que me lo iba acabar en menos de una semana, y
desde que entre a estudiar (Y pagarme) la carrera, menos ganas tenia de hacer
ese gasto. Cada vez encontraba más monótono el hábito de estar aplastado
enfrente de mi tele, jugando una aventura que ya intuía en cómo iba acabar, así
que me era más difícil dejar impresionar por un juego.
Todos
llegamos a esa ‘bonita’ etapa de la vida donde te das cuenta que un hobby no
tiene porque salir más caro que tu comida. Porque es eso, un gusto. Y si he
llegado a pensar, “No mames… ¿Neto llegue a gastar tanto por esta madre?”. Pero
al menos ya aprendí la lección.
A
veces por deseo de revelar, o por deseo de joder, llego a poner comentarios en
grupos de gamers (¡Hola, Gamers Reynosa!) que demuestra lo absurdo que es
gastar tanto por un entretenimiento. Aunque no busco tener la razón, si no en
ponerlos a razonar. Por ejemplo, uno compartió un vídeo de un chaleco que te
hace sentir los impactos de bala o golpes de un juego. Yo respondí que es una
madre que va a dejar de ser comprada después de un mes, porque es caro e impráctico.
Aunque asumo que les valió madre a la mayoría de los integrantes de ese grupo,
a lo cual no me cala. Ese es pedo de ellos si quieren gastar un dineral en un
aparato que va a tener una vida inútil tan efímera.
Sigo
siendo gamer. Me sigue gustando el jugar un juego y todo el rollo. Pero ya no
estoy tan clavado. Ya prefiero esperarme a que este más barato. Porque ya lo
dije y lo vuelvo a repetir, es un gusto que nos aligera la vida. That´s it. Por
ahora, donde si me he puesto bien intensito ha sido con Heroes of the Storm. Neto
que me he vuelto adicto a ese MOBA y estoy contento por eso (Además de que no
me ha causado gastos). Si llegue a entristecerme de no poder disfrutar un juego
con la cantidad de AÑOS de hora/nalga en videojuegos. Pero creo que ya re encontré
mi vicio por ese entretenimiento electrónico. Inclusive, me está tentando la
idea de comprarme un Nientiendo Switch, tomando en cuenta que llevo mucho
tiempo que no me llama en nada la atención una consola de Nintendo. Pero eso será
cuando tenga más dinerito.
Veritas
& Aequitas.